Al final, las madres que nos inventamos
nos salvan. Se crean como la mañana,
por sí mismas, dejando atrás noches
de inoportunas primaveras,
madres que acuden a nuestra llamada
cuando callamos.
Lejanas, nos toman los brazos
hasta que podemos caminar con ellos,
madres inolvidables
que nos traerían la leche si hubiera vacas,
madres que sin ni siquiera la condición de ser hijos
nos vierten oxígeno en la austeridad de una cámara de gas,
madres que se salen de la palabra madre
para entrar descalzas en la palabra hijo
y quedarse ahí,
donde la invención no existe.
DONDE LA INVENCIÓN NO EXISTE.
Germán Piqueras