Conozco al silencio
tanto como lo puede hacer el ruido,
lo admiro aún cuando es él
quien degüella mi cuello
en una noche más larga que desierta.
Es alto y esbelto,
en sus sienes hay iris enfermos
e inquietos
del color azul de un tornado
de película (porque los tornados aquí no existen),
viste de licra; marca costillas, palabras,
garras con la que amarra muertes,
propósitos; los únicos que puede haber entre dos cipreses.
El silencio pudo ser como yo
y en mi ciudad, pero alzó vuelo
o cayó, y solo habló para decir
ya hemos llegado
mientras la gente pensaba en viajar
con maletas llenas de ellos mismos.
Germán Piqueras