Entro en una casa de una altura, con sótano. Justo a la entrada, una mesa y un cuerpo descuartizado. Me horrorizo y, en lugar de escapar, subo a la primera planta, donde parece, todos son seres equilibrados. Me culpan, al confesar qué hay en la mesa de abajo, del crimen. Acusado, bajo deprisa hasta el sótano, donde, el desequilibrio es el himno, donde toda la gente ha sido acusada. Me entremezclo entre el delirante baile de enfermos, observando en los movimientos de cadera que, a los malvados, poco les importa ser malvados. No me siento identificado. Ni con el cielo, ni con el infierno. Así pues, vuelvo a la mesa con el cadáver y me abrazo a él, sintiéndome su hermano y el punto medio entre cordura y locura. Sintiéndome terriblemente solo.
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Germán Piqueras