Este verano no hay nadie a quien esperar,
no habrá razones ni semanas que viene,
el calor sucederá al calor y el otoño sabrá
al cansancio de una espera consciente de
que no era tal. Las hojas caerán articuladas.
El verano no será un paréntesis, sino la frase.
La frase que dice “qué vieja soy”.
El verano está a punto de entrar por debajo de la puerta,
pues nunca se la abrimos. Se detendrá en nuestras caras y
en nuestros cuellos, para luego perforar nuestra garganta
y detener con sus manos el agua que bebemos,
y así muramos de sed.
Será uno más cuando durmamos y la cama será
una caja fúnebre, una claustrofobia cuya única medicación
es morir.
Y aún muertos, nuestros cadáveres se tendrán que quitar
la mortaja para bañarse en la piscina.
Así seremos felices, flotando entre el croar de las ranas y las
hojas del otoño, todavía en los árboles, mirándonos como si
la vida estuviera enamorada de la muerte.
Germán Piqueras