Asistir a una conferencia de Lita Cabellut es una suerte. En un mundo más parecido a lo que esconde una gran carpa de circo sucia y agujereada, bajo la cual se desprenden olores de maltrato animal, máscaras con varios centímetros de maquillaje y gente aplaudiendo un espectáculo sin saber siquiera las razones del golpeo de sus manos, encontrar a una artista que ofrece su pequeña gran verdad es una fortuna desligada de todo capital.
Lita Cabellut es una mujer, tan segura de ello, que no necesitó hacer referencia a tal condición durante toda la charla, que subrayó en todo momento la importancia que tiene el arte, casi por encima de todas las cosas. El arte son los compases de Camarón que marcan los colores de sus cuadros, la infancia prolongada que Lorca emanaba en sus versos, su visita al museo del Prado con trece años y el impacto que Las tres gracias de Rubens impregnó su ser en aquel momento, que le ayudó a tomar la decisión de que sería la pintura el medio por el que expresaría su visión del mundo. No lo tuvo fácil, aunque de ello no hubo disertación alguna, tan solo se palpó en alguna palabra, en algún gesto de la naturalidad que tan solo es visible en las personas para las que la humildad no es una obligación sino un principio.
Entre los suyos encontramos la profunda reflexión de todo aquello que la rodea, la belleza de lo trágico, su condición de artista-renacentista, como ella misma se autodefine. Pero también una conversación de igual calidad a la de sus cuadros, en la que subraya la dificultad de hablar de arte. Y mucho se puede teorizar sobre qué es o qué no es el arte, pero hay algo básico: la verdad. Y Lita Cabellut, esa contadora de historias que antepone los sentimientos a las nacionalidades, la franqueza a la postura, su necesidad vital al éxito, es sinónimo de verdad. Como Goya, ese cronista, casi reportero de guerra, como Lita sugirió, lo fue en su época.
Es justa la comparación.
Más allá de etnias, banderas, éxitos o fracasos, Lita evidenció la famosa frase de que el Prado es la casa de todos los pintores, con su sola presencia.
Hay que escuchar más a los artistas. Al fin y al cabo son los creadores de esas historias que vemos enmarcadas. Y, sobre todo, hay que distinguirlos de los que no lo son. Tan sencillo y complejo es esto como saber distinguir entre verdad y mentira.
Y hay que repetirlo una vez más, Lita Cabellut es la verdad. Su verdad. Nada hay más grande que esto.
No hay belleza sin dolor.
Sussy, técnica mixta sobre lienzo
Germán Piqueras