FRAGMENTO DE UNA ISLA

Es en ese mundo que ella creó es donde nos hubiera gustado estar confinados la última vez que fue primavera, un paraíso canario en el que hubiéramos reseteado nuestras mentes y donde el aire nos habría llevado a la locura. Pero qué diferente esa psicosis de la que tenemos aquí, entre las sirenas esquizofrénicas de las arterias de Madrid y el río marrón sobre el que nadan los patos terrestres. Ella pintó con sus óleos Rembrandt una ventana en la que se asomó un rato, porque lo que se veía a través de esta le gustaba más que lo que había aquí, donde nos ha dejado. El fragmento de una isla, la idea de que aún habrá tiempo para todo, algún día, queda recopilada aquí. Y es que, hay imágenes que perduran en tu mente, aunque no las elijas, durante mucho tiempo o para el resto de tus días. Son muy variadas y cada una se graba por un motivo distinto: las hay emotivas, pero también vergonzosas; las hay difusas, pero también inexistentes. Otras habitan en el limbo entre la realidad y la ficción. Lo único en común que tienen todas ellas es que no puedes elegirlas, eso sí, con el tiempo pueden mutar e idealizarse.

Aunque, para mí, decir que este paisaje es un símil de la Serenata de Schubert es algo real, una vía que me permite comprender mejor que lo que veo no es un árbol caído sino un tronco erguido sobre el fogoso naranja tostado de la tierra. Sin embargo, habrá quien piense y sienta esa superflua idea de derrumbe al mirar el cuadro, pero no seré yo quien se paralice ante un apunte tan objetivo y banal. Ese “algo más” comparte la etiqueta de útil y sagrado con las pinturas de bisontes que se hicieron en Altamira. Son indicaciones, y quizás ni siquiera pretendan ser arte; es el mayor de los piropos que una persona creadora puede recibir. La idea de comunicar mediante la estética es la que más aprecio, más allá de un ejercicio técnico que nos conduzca a una comparación realista con un recuerdo o una fotografía. El realismo solo preocupa a los que creen en la realidad. Otra cuestión es la verdad de cada uno, y aquí hay una que representa un lugar muy alejado del nuestro, donde nos ahoga la cotidianidad, pues es una pintura que está más allá que aquí. Pertenece a ese otro lado que tienen todas las cosas: aquella otra parte que narró Kubin, el lugar al que mira la dama de Elche, el rumor de las personas que están al fondo en el cuadro de El grito o el humo que hay detrás de Juana la Loca en el impresionante lienzo de Pradilla. Ahí es donde se sitúa este poderoso árbol, solitario y vital, no por fama ni por clase social, sino por su narrativa y por su fuerza, proveniente de una mujer que conocí unos cuantos años atrás, antes del extraño diciembre de 2020 en el que fue pintado.

Hace solo unos meses, hablábamos ella y yo sobre el libro Emocionarte de Carlos del Amor, en la clase de pintura. Comentábamos qué narraciones nos gustaban más, en muchas coincidíamos, en otras simplemente nos escuchábamos. Yo lo había comprado con mucho deseo de leerlo, y así lo hice durante lo poco que me duró. Luego lo recomendé a todas las personas que creía que podrían apreciarlo. Ella fue una de estas personas. A los pocos días le pregunté qué le había parecido y, paciente, me contestó que la mejor demostración o prueba de lo que le parecía es que leía solo una descripción al día, para que no acabara. Sé que le emocionó y por ello estoy intentado rendir este doble homenaje: al libro y a su cuadro. Creo que a ella no le gustaría que dijera que le estoy haciendo un homenaje también a ella, pues estoy convencido de que lo vería presuntuoso. Pero ahora, que sé que fue el último libro que leyó en vida, sé asimismo que tenía que transformar su última obra en una parte (ficticia, obviamente), de este libro. Yo no soy Carlos del Amor, pero sí alguien que consumió las páginas de su libro con prisa (al revés que ella). Por ello pienso que mi urgencia y su paciencia son un buen equilibrio, un excelente “punto final” para una historia que no quería, ni me imaginaba, que iba a ocurrir tan deprisa ni tan pronto. Cuando me refiero a la creadora, escribo “ella” porque pienso que tampoco le gustaría que dijese su nombre, porque “con la pintura ya es suficiente”, me diría (me imagino su voz diciéndomelo). Permíteme, de todas maneras, querida “ella”, que hable un poco de ti. Que, si alguien ve este cuadro y lee estas palabras alguna vez, sepa que la artista era una persona generosa que amó la vida aún en la muerte.

Dejas en este lugar donde tus compañeros seguimos un vacío que no podrá sustituir nadie. Me quedo con tus recomendaciones, pictóricas o gastronómicas, pero siempre reales, con tu falta de medias tintas para dar tu opinión, que tanto me importó cuando me la decías. Me imagino que, de haber muerto yo, quizás hubieses recordado de alguna manera este Emocionarte. Qué tontería la exposición de Van Gogh en el Círculo de Bellas Artes, con todo el mundo haciéndose selfies, pero qué bien vais a comer en el bar del mercado de Vallehermoso. Ha dejado de sonar Schubert, y han comenzado a hacerlo las Gymnopedies de Erik Satie. El silencio no quiere, no puede, llegar todavía.

Y Madrid siguió sin ti, pero con tus cuadros. Suerte las casas que los habitan, que aún podrán asomarse a esas ventanas por las que tú un día sacaste tu cabeza para ver cómo era el olor, el color y la verdad del arte.

Publicado por gpiqueras

1984

2 comentarios sobre “FRAGMENTO DE UNA ISLA

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