Son altas horas de la madrugada y en mis oídos retumba el oscuro country de 16 Horsepower. Los alaridos de Haw me guían hacia un camino, que llamaremos “desvío”, en el que no se sabe lo que hay. Los faros imaginarios del coche que conduzco, de alma destartalada, alumbran ribazos, explanadas polvorientas, liebres grises como ratas, naves abandonadas, cipreses, montes de los que no se sale, y, en un momento dado y al margen de las malas hierbas, un conjunto de lienzos que solo se pueden apreciar en su sentido más profundo así, a estas horas, tan lejos, sin compañía.
La luz amarillenta y parpadeante de los faros enfoca, como si fuera el objetivo de una Reflex o una escena de Badlands, todo un mundo en el que convive ese conjunto de cosas que no sabíamos que existían. Hay rascacielos de Nueva York que se quieren escapar hacia las estrellas como un cohete, también desnudos sensuales de seres humanos y de flores, pétalos parecidos a vientres, fusiones de color exactamente iguales a lo que alguna vez sentimos, huesos que completan el cielo, nubes rojas de verano, muelles sobre los que nos sentaremos algún día y puertas que comunican con otros continentes. Son mundos que solo son comprensibles a estas horas de la noche y con el eco de la voz de Edwards como telón de fondo, es necesario repetirlo, pues la música aquí solo es un soporte del silencio.
No, no conocía a Georgia O´Keeffe. Y sigo sin conocerla, por eso me gusta. A otros artistas los conoces enseguida: son transparentes y una continua repetición de sí mismos, porque sus lienzos son burdos selfies sin pena ni gloria. Sin ni siquiera fracaso. Pero O´Keeffe no sé lo que es o quién es, solo sé que anduve por el museo Thyssen de Madrid mirando sus cuadros sin aburrirme y pensando que el regalo de esta muestra es habitar en un cerebro que no es el tuyo, pues casi sin querer me sumergí en su mente y solo pensé en pintar, en alejarme de todo lo que toca con el suelo para poder respirar, tomar vuelo, coger un lápiz y guiarme por cómo creo que son las cosas.
Pintar tal cual creas que son las cosas, esa es la lección que tengo la sensación de haber aprendido tras este road trip por su ruta de vida y muerte. Llevo conmigo la novela gráfica de María Herreros, el póster que paseé bajo la lluvia de Madrid y alguna postal. Son intentos de llevarme un poco de ella al lugar donde pinto y escribo, y en el que aguardan y esperan con impaciencia algunos nocturnos de Magritte, La extracción de la piedra de la locura de El Bosco y el mar de Jávea de Sorolla. O´Keeffe tiene algo de todo esto: el misterio del artista belga, la extrañeza de El Bosco y la vitalidad de la naturaleza que capta Sorolla. Y otras cuestiones que la alejan de ellos y, paradigmáticamente, nos acercan más a su mundo.
Germán Piqueras