La Mansión del Terror

mansion OK CAMI

A través de esta conocida página web, podréis leer mis críticas sobre películas de terror.

Dirección: http://www.lamansiondelterror.net/

VIERNES 13 (SEAN S. CUNNINGHAM, 1980)

Ver esta obra de arte con tan solo diez años perturba y estremece. Es mi caso, y desde entonces, cada cierto tiempo la reviso para mi gozo y placer. Y la encuentro igual. Quizás todos los éxitos de taquilla norteamericanos provengan de “Ed Gein”, asesino que ha inspirado desde “Psicosis” hasta “La Matanza de Texas”; “Viernes 13” no es una excepción, pero trata el oscuro mundo de los asesinos en serie desde la perspectiva del misterio (no sabemos quién es el asesino hasta la trama final). Sean S. Cunningham (New York, 1941) demuestra, como en 1999 Daniel Myrick y Eduardo Sánchez lo hicieron con “El Proyecto de la Bruja de Blair”, que se puede dar miedo con un bajo presupuesto. No es lo mismo ver “Viernes 13” con 10 años que con 30, no es lo mismo ver “Viernes 13” en 1980 que en 2013. La industria del cine ha cambiado, y mucho y esta cinta en el momento de su estreno fue, junto a “La Noche de Halloween” (John Carpenter, 1978) la pionera del subgénero “Slasher”, cuya narrativa suele ser la de un psicópata que asesina brutalmente a adolescentes que solo piensan en el sexo y en el consumo de droga, es decir el lenguaje entre unos jóvenes y un psicópata sin adultos de por medio.

La primera incursión de Sean S. Cunningham en el terror se produce como co-guionista de Wes Craven en “La Última Casa a la Izquierda” (Wes Craven, 1972), tras ello se desvió hacia el humor (“Manny´s Orphans”, 1978, comedia de un grupo de chicos que juegan al fútbol donde encontramos a Ari Lehman), género del que salió por la puerta de atrás hasta que vio y comprobó el éxito de taquilla de su compañera de subgénero “La Noche de Halloween” en 1978, momento en el que decide unirse a ese éxito con sus propias ideas y así, convenció a un grupo financiero de Boston para producir su propio film, que no es otro que el susodicho “Viernes 13”. En tan solo dos semanas escribió el guión, buscando la efectividad en la sociedad norteamericana de la época y creó la leyenda de una película que, en esa misma década crearía una de las más legendarias sagas de la historia del terror.

La película comienza contándonos lo que sucedió en ese “campamento maldito” en 1957 cuando Jason Voorhees (el niño Ari Lehman) se ahoga en el lago mientras sus monitores, que tendrían que estar pendientes de él -y de los demás-, están más pendientes, valga la redundancia, de tareas más íntimas y erógenas. Dichos monitores pagarían caro -con sus vidas exactamente- dicho descuido un año después del fallecimiento de Jason. En 1958 y tras el atroz crimen, se cierra el campamento. Bastan 22 años, los que van del 58 al 80, para que se cree una leyenda negra sobre el lugar. Toda persona de los alrededores a la que se le nombra el campamento expresa con su cara el terror más excelso. Pero ya han pasado muchos años y un grupo de adolescentes que no creen ni en leyendas ni en fantasmas deciden ir al campamento, no prestando demasiada atención a las amenazas de la gente que les intentan asustar contándoles varios hechos funestos acaecidos durante esos 22 años de cierre. A partir de ahí, de esa “deshumanización” que se produce al adentrarse en mitad de la nada –todo está lejos y para ir a cualquier lugar hace falta coche-, una nada con demasiados árboles, frondosidad y un esplendoroso e inmaculado lago, comienza el verdadero terror.

Las muertes no tardan en aparecer, de las más variadas formas y con un misterio (del asesino solo vemos las manos y los pies) del que carece “La Noche de Halloween” (la eterna comparación entre las dos cintas es inevitable).

También el sexo está presente –muy presente también en toda la saga- en esta primera película y toda escena de sexo suele desembocar en sustos y muertes a cada cual más impresionante. Podríamos decir como premisa eso de “Si haces el amor, mueres”; al menos, en “Crystal Lake”.

El terror radica en la impotencia de no saber a qué ni a quién nos enfrentamos (uso la primera persona por nuestra empatía desde el primer minuto) y, sobre todo, en la lejanía de la civilización: los jóvenes están solos y su inconsciencia nos aterra todavía más. Y de esta se aprovecha la persona que va asesinándolos uno a uno mientras va anocheciendo y nos vamos planteando, como en una novela de Agatha Christie, quién es el asesino, que va dejando ciertas pistas a los que quedan vivos (un hacha en una almohada, por ejemplo). La angustia se va apoderando de nosotros a medida que vemos un asesinato tras otro y nadie en la película, hasta bien entrada la recta final, se da cuenta de que faltan personas. Mientras, pensamos en lo reconfortante que es ver una película a través de la televisión y no tener que estar ahí, en ese lugar olvidado por casi todo el mundo, oscuro, maldito y sanguinario. El casi, como es lógico, viene dado porque el asesino sí está ahí y cuando sabemos quién es, la sorpresa y el horror son únicos.

La BSO merece un párrafo aparte sino un ensayo directamente, ya que Harry Manfredini –Ennio Morricone del terror- crea solo con su música y sonidos un clímax a la altura de otras grandes BSO como “Psicosis”, “El Exorcista” o “La Noche de Halloween” y nos hace sumergirnos en ese campamento con los silencios, susurros y melodías que nos mantienen en una alerta casi interminable durante toda la película. Para componer el clásico “ki ki ki, ma ma ma” se inspiró en una pieza coral del compositor polaco Krzysztof Penderecki (cuya música está incluida en “El Resplandor” de Stanley Kubrick), y dichas sílabas provienen de la frase (SPOILER) que Pamela Voorhees –“Norma Bates que actúa”- no para de repetir: “Kill her mommy!” (en castellano “mátala, mamá”): el “ki” de “Kill” y el “ma” de “mommy”.

También tenemos que dedicar otro párrafo a Tom Savini, un artista que tiene gran parte de culpa del éxito de la cinta de Cunningham debido a su impactante trabajo de efectos especiales, así como de maquillaje y demás cuestiones que en cualquier tipo de película, pero sobre todo en las de terror, son imprescindibles. Ha trabajado además para eminencias del terror como George A. Romero, Darío Argento, Tobe Hooper, palabras más que mayores, enormes.

La fotografía –y colores- que nos ofrece “Viernes 13” no tienen nada que ver con el HD actual. Los recursos de la película son, básicamente, el argumento, el guión (sencillo y efectista), el escenario (el temible campamento situado en “Crystal Lake”), la estación (el inofensivo verano) y, sobre todo, la nula pretenciosidad del film que pese a ello, contaba por aquel entonces en el reparto con un semi-desconocido Kevin Bacon y Betsy Palmer, entre otros.

“Viernes 13” habla de venganza, de hasta dónde la maldad humana puede llegar y dio pie a una saga casi sin fin con películas mejores y pésimas e innecesarias y aún en la década que acabamos de dejar atrás, Jason Voorhees siguió atrayendo público a las salas con películas como “Freddy vs Jason” (Ronny Yu, 2003) o el (yo creo que innecesario porque no aporta nada a la historia, pese a mezclar las tres primeras entregas de la saga entre sí) remake de “Viernes 13” (Marcus Nispel, 2009). Hay que fijarse cuál es el origen de todo lo que vino después: todo está en la película de 1980, todo está en el clásico de Cunningham.

“Viernes 13” se rodó entre el 4 de septiembre y el 3 de octubre de 1979 en los alrededores del pueblo de Blairstown y en el campamento No-Be-Bo-Sco, en Nueva Jersey. Su presupuesto fue de 550.000 dólares y su recaudación, debido entre otras cosas a un gran marketing, fue de, solo en los Estados Unidos casi cuarenta millones de dólares, llegando casi hasta los sesenta en su estreno fuera de las fronteras norteamericanas. Rentabilidad máxima e indiscutible, proporcional al terror que en su época causó.

En conmemoración del 30 aniversario de “Viernes 13” se realizó un documental dirigido por Daniel Farrands en 2009, donde se habla de toda la saga y con los principales creadores (directores, guionistas, actores…) de la misma.

Una película imprescindible en cualquier videoclub y filmoteca, que muchos de nosotros conocimos a través del inolvidable programa de Tve-2 “Alucine”. Nunca los planes de un sábado por la noche fueron tan auténticos e inolvidables como entonces, hace ya casi veinte años… y solo nos hacía falta una televisión y la luz apagada.

Germán Piqueras

 

Dirección de la crítica: http://www.lamansiondelterror.net/detalleNoticia.php?fIdNoticia=MjM2Mw%3D%3D#_

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